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Libro de los Gorriones

Autor: Gustavo Adolfo Bcquer
Editorial: Facediciones
I.S.B.N: 9788499864112
Precio: $ 2764.78 / u$s 3.09
Materia: -Ensayo, poesía, teatro y estudios literarios -> -Poesía - -Ensayo, poesía, teatro y estudios literarios -> -Textos clásicos - -Ensayo, poesía, teatro y estudios literarios
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Reseña

Amor, muerte, poesía. Los tres ejes del Libro de los gorriones, las Obras de
1871 (Fortanet, Madrid), con que son menos conocidos los lapidarios versos de
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836 - Madrid, 1870) allí reunidos y aquí
ofrecidos en el orden de lo publicado tras la muerte -prematura, recóndita-
del poeta, quien, sabido es, no llegó a verlos, juntos, en letras de molde. A
varios amigos verdaderos se adeuda su inmortalidad, usando de esa tradición
hispana de consolar viudas y huérfanos mediante fastos póstumos.

¿Romanticismo? Sin público ni alardes de eficacia escénica, sin la hueca
pasión que ansía satisfacer petulancias insaciables. Mejor, posromanticismo,
íntimo, hondo, introspectivo. No hay postizos. La poesía es sincera e intenta
huir, a veces sin conseguirlo, del ripio al que tan inclinados eran los
efectistas, con tantos lugares comunes que convierten al espíritu en una forma
de expresión para el arte de Talía. Nada hay de patético en Bécquer, pues la
tristeza o la melancolía nacen de la profundidad y en ella reposan. El
transporte al papel dota de cuerpo, esbelto, delicado, a lo que salió del
alma.

Azules eran, como hoy, esas pupilas como noches y pálido el musgo del
cementerio de la soledad. El sueño de la razón se une a la lógica del
imaginario, sin estridencias ni afanes plañideros. La palabra como concepto
desnudo del universo interior, espejo de las alturas con estrellas y paisajes
fosforescentes.

«Poesía... eres tú». La inmarcesible liviandad que transpira ilusiones y
estéticas de redonda pureza, a la que se encaraman las populares seguidillas,
con dejos del cancionero andaluz castizo, fuera de salones galantes, contrasta
con otras -pocas- composiciones no tan acabadas, recurrentes o de moderada
subjetividad. El afecto, que no -sólo en parte- la afectación, reside en cada
poema, como sinfonía que brota del epicentro en forma de sentimiento rimado,
donde lo sensual se enfrenta a lo turbador y lo carnal a lo quimérico o
esperanzado, la perfección incorpórea y platónica resumida en una mirada o en
una golondrina que vuelve y no vuelve: amor y desengaño, pasado y futuro.

Que hallazgos tan erizadores de vellos durmiesen en un cajón (a poco en el
extravío) parece un contrasentido, pues a gran parte de ellos debe su
existencia la lírica absorbida por cuantos -simbolistas, modernistas, incluso
parnasianos- pretendieron destilar con su apoyo lo que dio de sí cada musa
particular. Es la estructura nutricia de varias generaciones de poetas con voz
propia, en ese cíclico renacer donde cada creador mantiene las tesituras
iniciales, aunque se distancien, en la forma lograda, del fondo matriz.

Bécquer, con su juego de sueños y despertares, se mantiene en el impreciso
plano de la vigilia emocional, donde la ensoñación tiende al esoterismo y a la
magia, de sugerente plasticidad. El misterio se desliza por lugares
imaginativos, enigmáticos, capaces de alterar con sus exhalaciones el ámbito
de lo concreto, incluso para describir unos ojos de mujer: la poesía misma y
su principio. Ilustraciones, coloreadas, de Charles Whymfer, J. Giacomo, J. H.
Bacon, A. Barraud, J. Grahem, John Seymour Lucas, J. H. Sydney y W. B.
Granesse.